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La filosofía al servicio de las personas

 

La filosofía como servicio a las personas en su problemática cotidiana.

 

La filosofía desde sus inicios fue un tipo de indagación acerca de los problemas del hombre. Pero no cualquier problema. La filosofía no se ocupa de elucubraciones ocurrentes pero sin sentido. La filosofía nace como una actitud interrogadora acerca de las cuestiones más acuciantes del hombre de la época.

El primer problema que se le presenta al hombre es el interrogante sobre la naturaleza. Que es lo mismo que decir que se pregunta por el entorno en el que le toca vivir. Lo primero que necesitamos es situarnos en nuestro entorno. Reconocer nuestro contexto real, de lo contrario estamos perdidos.

Si siguiéramos el decurso de la propia historia de la filosofía en nuestra vida personal  podríamos ver claro cómo, muchas veces, vivimos en un entorno, en un contexto (natural, social, económico, político, familiar, etc) sin ser plenamente conscientes de él. Sin caer en la cuenta de la enorme importancia que adquiere en nuestra vida el marco en el que se desarrolla. Por eso una de nuestras principales tareas desde el punto de vista de la filosofía práctica es la de identificar las coordenadas de nuestra propia vida personal, esto es, nuestra propia originalidad incardinada en un contexto concreto.

Una vez que aquellos hombres de la antigüedad clásica obtuvieron y se dieron a sí mismos respuestas satisfactorias al problema de la naturaleza (nuestro entorno en el sentido más amplio) les llegó el momento de indagar en ellos mismos. Surge el problema del hombre en el sentido más apremiante y concreto. En realidad este interrogante surge como la pregunta por nosotros mismos (“conócete a ti mismo”).  Y la solución a esta cuestión nos hace también dirigir la mirada hacia la sociedad. A los hombres unidos en la comunidad política.

Pero la cuestión no es tampoco una elucubración abstracta y meramente teórica. Es un interrogante vital en cuya solución nos jugamos nuestra propia vida como personas. Apuntamos a la cuestión de la felicidad.

No siempre es fácil que surjan en nosotros estos interrogantes sobre nuestro yo y nuestro entorno. Algunas veces es necesario haber experimentado las que llamamos “situaciones-límite”. Otras, necesitamos a alguien que nos saque de la inopia. Que nos haga dirigir la mirada hacia donde hay que mirar. Nos referimos a la figura del guía o maestro. Esta fue la labor de los filósofos en la época clásica. Eran maestros de vida. El ejemplo más conocido lo tenemos en Sócrates. Y esa tradición se mantuvo en Europa y Occidente como mínimo hasta el fin de la Ilustración, aunque el proceder de estos maestros fue cambiando sustancialmente. En la vertiente oriental la tradición primigenia se mantiene aún casi con la misma vigencia que en los orígenes.

Desde mediados del siglo XIX la filosofía en una buena medida se convirtió en “filosofía académica”, en investigación erudita y especializada que muchas veces nada tiene que ver con los problemas del hombre concreto ni con la vida real de las personas de carne y hueso en un “aquí” y un “ahora”. Es verdad que algunos movimientos filosóficos ya denunciaron estas circunstancias hace muchas décadas, pero le realidad nos dice que finalmente triunfó lo que podríamos llamar el “academicismo” y esta situación se mantiene hasta nuestros días y de una manera cada vez más notoria.

De ahí que el filósofo, si verdaderamente quiere ser tal, debe abandonar los claustros y salir a la calle. La misión del filósofo (al menos de algunos) es la de ser maestro. Debemos hablar el lenguaje de la gente. No son necesarios tecnicismos para abordar y referirnos a los problemas reales que esperan soluciones.

La gente debe aprender a plantearse estos problemas. Ya sabemos que un adecuado planteamiento del problema, es la mitad de su solución. Los filósofos actuales, en tanto maestros, debemos orientar a los demás en la correcta identificación de los problemas. Ejercer nuestro magisterio en el más puro estilo socrático. El filósofo no inventa las cuestiones, sino que estas están ahí, o mejor dicho, los interrogantes los encontramos en nosotros mismos. De ahí la importancia de poder mirar en nuestro interior.

La filosofía que proponemos tiene dos ámbitos de trabajo: la naturaleza y el hombre. El entorno, el contexto y nosotros mismos en tanto individuos concretos. Siempre teniendo en cuenta que los problemas no lo son en sí mismos, sino siempre en un entorno determinado, en un entramado de circunstancias. La filosofía practicada de esta forma es terapéutica. Curativa, en el más profundo sentido de la palabra. Y como todos los seres humanos somos naturalmente filósofos, lo único que necesitamos en nuestro camino hacia la felicidad es ejercer como tales.

 

 

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